LIBERTAD

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Los hombres siempre han soñado con la libertad. Con el poder de tomar la decisión de  obrar o de no obrar, o de escoger. Libertad es un estado opuesto a la esclavitud, es no estar sometido en contra de la voluntad propia. Y en cada país donde hay hombres de honor y llenos de patriotismo, ayudar a sus conciudadanos a obtener la libertad ha sido el sueño por el que han luchado, sacrificando sus vidas al entregarlas totalmente a esa causa noble.

Hoy es un día especial en este país, celebramos la independencia. Porque hace muchos años, hombres valientes y llenos de visión y amor por la libertad, ofrendaron sus vidas en aras de ese anhelo que como fuego que nada puede apagar, ardía en sus mentes y corazones. Y es por este sacrificio que hoy, tenemos libertad para adorar a Dios según nos dicte nuestra conciencia, sin opresiones, y con entera libertad.

Es justo que recordemos a los fundadores de este país, y que no olvidemos a los que tuvieron la visión de luchar para que todos los habitantes de esta nación, pudieran tener la libertad de escoger, el poder de obrar o no obrar. Y aun hoy en día, miles de hombres y mujeres de esta gran nación, se sacrifican lejos de sus hogares y de los que aman, para que nunca se pierda el concepto precioso, la gran bendición que es, la libertad que gozamos, y que desafortunadamente no todos aprecian, ni agradecen…

Nuestro Creador sintió por nosotros, sus criaturas, la necesidad de darnos también oportunidad de alcanzar la libertad de la esclavitud del pecado, de la oscuridad del mal. Por eso nos dio a su Hijo Jesucristo y le entregó en “propiciación por nuestros pecados”, para que al aceptarlo en nuestro corazón y obedecerle, fuéramos realmente libres. ¡Gloria a Dios!

Porque como bien dijera el gran José Martí, Apóstol de la patria, quien muriera luchando por la libertad de Cuba:  “Amamos la libertad porque en ella vemos la verdad”. Y miles de años antes Cristo ofreció a toda la humanidad la más bella oportunidad,  al firmar con su sangre en la cruz del Calvario, lo que con tanto amor les predicó: “Conoceréis la verdad (a Jesús), y la verdad os libertará.” 

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Mami y yo

 Existen procesos en la vida que pueden apagar las palabras o formas en que el alma expresa sus más profundos sentimientos, pero hay otros que realizan lo opuesto. Todavía no sé cual de los dos es este, pero sí sé que cuando desperté esta mañana mi corazón ya no podía más con todos los sentimientos que en él se encuentran, y pensé que con mis amigos del Rincón podría compartir algo de lo que siento. Mientras me lavaba las manos hace unos minutos frente a la ventana de mi cocina, observé que la última orquídea que me regaló mi madre, (la cual había perdido todas las flores, pero a insistencia de ella no dejé de regar) y recordé cada vez que que ella venía a mi casa, lo primero que hacía era ‘darle vuelta’ a todas mis plantas. Una por una las atendía con cariño, les cantaba, les quitaba las hojitas amarillas, las recortaba, y a los pocos días, parecían nuevas de paquete. Esta orquídea sin flores hoy me sorprendió con muchos nuevos botoncitos que pronto se convertirán en preciosas flores. Me sentí tan acompañada en medio de la soledad de mi cocina. Casi pude sentir la sonrisa de mi madre, como si ella hubiera presenciado el momento. Sé que Dios a través de esta sencilla demostración de amor, me aseguró que aunque a ella no le queden muchas horas en la tierra, de todas maneras, siempre estará conmigo en cada memoria que hicimos juntas, en cada una de sus comidas favoritas, en cada himno que le tocaba profundamente, en cada risa u ocurrencia cómica, en cada obra de caridad, en cada animalito, o planta, en cada película interesante, o conversación profunda. Los bellos recuerdos de mi madre permanecerán conmigo hasta que Dios nos permita reunirnos en el cielo. Sé que la voy a extrañar demasiado, pero no puedo ignorar lo mucho que agradezco a Dios porque fui una hija privilegiada, quien siempre tuvo el apoyo incondicional de su madre y un amor tan profundo que me hacía temblar.

Reflexión de Navidad

Navidad, palabra que engloba alegría, reconciliación, paz, amor.
Eso es la verdadera Navidad.
Miro a mi alrededor y veo al mundo enloquecer por la preocupación de la Navidad, y pienso:
¿Cuándo perdimos el verdadero sentido de lo que es la Navidad?
¿En qué momento nos desviamos de esa maravillosa energía?
El mes de Diciembre siempre ha tenido la connotación amorosa, la representación del renacer del ser, inmutable y sereno, pero el individuo humano se ha dado a la tarea de hacer de este tiempo un tiempo de mercadeo, de peso, de conflicto, de tristeza, de dolor por no poder dar a los míos una representación de mi afecto.
Realmente esto no es así.
El amor se entrega a través de un abrazo, de un beso, de una caricia.
Nosotros hemos etiquetado el amor en una joya, en un vestido, en un juguete…es por ello que la Navidad ha perdido su sentido.
La unión familiar no se expresa de la manera adecuada. Estamos en unión pero no lo estamos. Nuestros niños tienen los juguetes, pero no tienen los padres, que jueguen con ellos, porque están ocupados en sus conversaciones de adultos.
Los niños se meten en sus mundos de juegos y sus padres en sus mundos de adultos y la familia va tomando una connotación, de tú en tu mundo y yo en el mío.
Una separación, una división.
Creemos mantener una vida perfecta y en el momento menos oportuno nos damos cuenta que ya no tenemos nada, que estábamos caminando solos en la vía, que los demás se quedaron atrás o yo me quedé atrás.
El egoísmo es el que marca el sendero.
Todo esto es parte del deterioro del nosotros mismos.
Vinimos a un mundo a crearlo en amor y, nos hemos perdido en una destrucción de valores.
No existe el respeto de los espacios entre nosotros, la libertad se ha confundido y el niño se siente abandonado y recurre a algo que llene su tiempo.
Levanta tu mirada al cielo y observa las nubes pasar con la brisa, siente la brisa mover tus cabellos, observa el verdor de las montañas, el color de las flores, el aroma de la tierra mojada, el baile de los árboles con la brisa, la roca que a pesar que no se mueve, se hace sentir.
Todo esto nos lo dieron para cuidarlo.
Y nosotros
¿Qué estamos haciendo con ellos?.
Somos ciegos hasta que vemos que en el plan humano nada vale la pena hacer sino hace al hombre.
¿Por qué construir ciudades gloriosas, si el hombre mismo sin construirse queda? En vano construimos el mundo, si el constructor no es construido.
¿De qué nos valen centros comerciales hermosos, si nuestros hijos están derrumbándose ante las drogas, el alcohol y los videos juegos?
¿De qué nos vale desarrollo si en nuestros corazones nos endurecemos y dejamos de percibir la belleza del amor y la unión familiar?
Los grandes líderes, son los que entienden, que su responsabilidad número uno, es con su propia disciplina y desarrollo personal.
Si no te diriges a ti mismo no podrás dirigir a los demás.
Nadie puede llevar a otros más allá de lo que se ha podido llevar a sí mismo.
No trates de decirle a tu hijo, que no consuma licor, si tú tienes un vaso en la mano.
No trates de sacarlo de las drogas, con un cigarrillo en tu boca.
Da el ejemplo.
Que esta Navidad sea tu propósito el comenzar a construir una verdadera familia. Que el tiempo sea compartido, entre tus responsabilidades laborales y la responsabilidad de tu hogar.
Que tu vida deje de ser tan monótona, fría y se llene de paz y calor a través del amor incondicional a los tuyos y a los que te rodean.
Es mi intención que en esta Navidad todo aquel que necesite el amor le sea entregado a través de un abrazo y un beso, que no se quede ningún niño, sin el amor de sus padres.
Reconcíliate contigo mismo, entrégate y sé como realmente eres:
Esencia pura de amor divino.

-Autor Desconocido.

La Hormiga

-por Vicente Carballo

Estoy convencido de que en cualquier parte y en cualquier momento si somos observadores, descubriremos fenómenos y situaciones capaces de llevarnos al éxtasis de la conciencia.

El hecho que voy a referirles no parece revestir importancia alguna, si no se toman en consideración una serie de pequeños detalles que son, a la postrer, los que dan relevancia -si es que la tiene- a la totalidad del suceso. Hace algunos días regresaba a mi casa al filo de la media noche, y mientras me encaminaba hacia la puerta buscando a tientas en los bolsillos las llaves, advertí en el brevísimo tiempo en que se mantuvieron encendidas las luces del vehículo, que algo se movía erráticamente sobre el pavimento. Aproveché la luz y me incliné para ver de qué se trataba, constatando con asombro que no era otra cosa que una “simple hormiguita” que a tales horas de la noche, cargando una migaja tres o cuatro veces mayor que su cuerpo, se obstinaba en llegar a su destino. Confesando mi ignorancia, no sabía que estos insectos trabajaran hasta tales horas y en completa oscuridad. He dicho que se movía erráticamente, pero debo aclarar que, observándola más detenidamente, comprendí que esta afirmación no era más que una errónea percepción; en realidad lo que ocurría era que, dado el volumen de su impedimenta, el viento la desviaba constantemente de su rumbo y a partir de entonces no dudé de que tuviera bien definido su itinerario.

En este punto se apagaron las luces, y como para entonces ya me era casi imposible controlar mi curiosidad, entré con presteza a la casa y proveyéndome de una linterna proseguí mis indagaciones. La hormiga no pareció contrariarse lo más mínimo por mi intromisión y continuó dando tumbos hacia su ineluctable destino. En cuclillas, fascinado por la ocurrencia, dando rienda suelta a mi imaginación, las preguntas se atropellaban en mi cerebro. Sin tener respuestas inmediatas preferí la simplicidad de la observación, dejando para otro momento la gravedad de los cuestionamientos. Por lo pronto, linterna en mano, seguía su lenta trayectoria, pues como es de imaginar para un ser tan pequeño, treinta o cuarenta pies, sin entrar en el rigor del cálculo, podrían resultar millas.

Lo cierto fue que cuando por fin la obstinada obrera llegó a los confines del cemento, fue sin duda alguna cuando comenzó lo más arduo de su faena, pues el césped, en proporción con su tamaño, resultaba una jungla intransitable, y si a esto añadimos el gravamen de su embarazosa carga, la tarea parecerá virtualmente imposible. Pero contra todos los pronósticos, el maravilloso himenóptero no se detuvo en estas consideraciones, y prosiguió inmutable abriéndose paso por aquella maraña con inaudita obcecación. Una y otra vez los obstáculos la despojaban de su preciada carga y ella con paciente tenacidad la retomaba para volver casi acto seguido a la misma dificultad. Yo no podía más que reflexionar: ‘¿Qué fuerza desconocida la mueve para cumplir estoicamente una tarea que demanda tantos esfuerzos y que ha de cumplir con absoluto sentido de la responsabilidad? ¿Dónde radica el estímulo que mueve sus acciones?’ Mientras contemplaba su vía-crucis, no podía menos que sentir una mezcla de compasión y respeto por aquella minúscula heroína. Y consideraba cuán fácilmente nosotros los humanos, tenidos entre todas las especies como los que ocupamos el más alto peldaño de la creación, nos rendimos ante las adversidades y tenemos siempre a mano las más sutiles justificaciones para no llevar nuestros planes y compromisos hasta sus últimas consecuencias. Y esta diminuta gladiadora me daba lecciones que me propuse grabar como indeleble enseñanza sobre el corazón. Estuve tentado en un ímpetu de conmovida solidaridad a arrancarle los hierbajos que obstruían su curso, pero un súbito escrúpulo me detuvo la mano, y pensé: ‘Este sentimiento compasivo pudiera violentar de alguna manera los resultados de un plan diseñado a priori que rige inexorablemente funciones que mi juicio tenía la insolente intención de alterar.

Me contenté pensando que los hormigueros existen desde tiempos inmemoriales, y seguirán existiendo porque tienen que existir. Así que volví a mi papel de simple espectador, curioso por saber dónde terminaría su azarosa jornada. Para entonces comencé a ver algunas de sus compañeras que viajaban en sentido contrario, y anticipé que la covacha no debía estar muy lejos y, en efecto, nuestra hormiga llegó por fin a un claro zigzagueo bruscamente y como si estuviera totalmente segura de su territorio; dio un viraje en la confluencia de dos raíces de un corpulento encino que sombrea mi patio y en un santiamén, desapareció por una ranura. Yo quedé como en suspenso, pensando cuán interesante pudiera resultar que, como en esos cuentos infantiles donde todo es posible, hubiera podido reducir mi estatura tanto que me fuera posible, antorcha en mano, seguirla por los tenebrosos laberintos de su reino y descubrir si a su llegada era recibida con las fanfarrias y parabienes que, a mi juicio, la creí digna de merecer; o si por otra parte -lo más probable-, la odisea que acababa de realizar desde el punto de vista “hormigueril” no tenía ninguna connotación extraordinaria, sino que por el contrario, entre las miles que realizaban aquellas tareas, esto no era más que una misión tácitamente complementada. Estoy seguro que de haberla podido identificar, si me hubiera quedado junto al agujero, lo más probable es que la vería salir e iniciar nuevamente su gravosa trayectoria. Volviendo a la razón, consulté mi reloj y supe que hacía casi dos horas que había comenzado esta pendencia. Tomando la llave franquee la puerta y, tratando de no importunar a mi esposa que dormía plácidamente, me tendí en la cama, y después de algunas graves elucubraciones y de porfiar con el insomnio, me fui quedando dormido… contemplando por la ventana el tiritar de una estrella en la profundidad del firmamento.

El Reino de los Cielos Entre Vosotros Está

-por Vicente Carballo

El ser humano, entre sus múltiples características, destaca la de ser un ente que acciona al influjo de dos principios primarios más que ningún otro: Procurarse todo el bien posible y rehuir a toda costa cuanto pueda interponerse a estos fines. Aunque ese a “toda costa” incluya ir acallando la voz de la conciencia. Ese valioso dispositivo puesto en el hombre por Dios para que sirva como una brújula en su tránsito por el tormentoso océano de la vida. Hasta el punto que esta voz se haga tan imperceptible que lleguen a dudar de su existencia.

Por otra parte, otros condicionan su conducta de tal forma que sería virtualmente imposible descubrir su verdadera identidad, puesto que a todas luces parecen reflejar atributos y comportamientos tan altruistas que llegamos a admirarles con respeto, pero si observamos a estos individuos por algún tiempo, descubrimos con tristeza que pertenecen a una cofradía muy concurrida, los que buscan a Dios movidos por intereses que oscilan entre los dos extremos de la “recompensa y el castigo”. Si vives una vida medianamente digna, escaparás de los horrores del infierno y, por ende, tendrás acceso al Reino Celestial. Esto es lo más lógico y no habría nada reprochable en ello si no fuera que resulta muy evidente que esta idiosincrasia está viciada por el concepto de los principios primarios y no por una legítima vocación de buscar a Dios, como si no existieran fuera del círculo de estas premisas, razones de sobra para estar constantemente agradecidos de todo lo que el Creador nos ha dado, empezando con el gran milagro de la vida. Pensemos por un momento en el principio, cuando éramos seres microscópicos, y emprendimos aquella carrera maratónica contra millones de individuos que nos disputaban el derecho a la vida, y que por muchas razones -si es que existen razones- fueron quedando a lo largo del camino uno tras otro, y de aquella asombrosa muchedumbre, tú, esto que eres hoy, desafió toda contingencia y llegó a la meta, como un elegido por la inexorable voluntad de Dios. ¿No es esto un asombroso principio? Que meditándolo un poquito deberá ser una razón de placer perdurable. Y una vez aquí, abrir los ojos a la casi infinita multitud de hechos y fenómenos que a cada momento y en cada lugar claman la presencia implícita del Altísimo, tanto en su asombrosa simplicidad como la de una mariposa que como flor del aire gratifica nuestros ojos con los más variados diseños y colores. Si tenemos la oportunidad de ver a través del lente de un microscopio quedamos estupefactos ante la infinita creatividad Divina, que se bifurca tanto hacia lo macrocósmico como a lo microcósmico. Es impresionante que seres tan pequeños observen un comportamiento que declara que están dotados de cierto propósito, aunque este propósito escape a nuestra comprensión.

Podríamos continuar indefinidamente ponderando estas maravillosas razones, que en lo que a mí respecta me han sido prueba suficiente de que El Reino de Dios está entre nosotros, si tenemos ojos para ver y oídos para oír. Por lo pronto, bástenos reconocer que esta ha sido una experiencia asombrosa que el haber vivido aun en situaciones difíciles no debe menguar el sentimiento de gratitud que le debemos a Dios para que podamos declarar con la santa: “Que aunque no hubiera infierno te temiera”.

Podríamos seguir reseñando las millones de razones, todas poderosas, las más con propósitos inescrutables, pero aun por los aspectos maravillosos de sus apariencias. Esto lo hemos podido comprobar los que hemos visitado un acuario y hemos permanecido extáticos ante tan increíble multitud de peces con diseños tan variados y colores que atestiguan el exquisito sentido de la belleza y sensibilidad del Creador. Al menos yo he tenido un sentimiento inexplicable de beatitud, más intenso las más veces que el que me ha producido las amonestaciones de un buen predicador desde el púlpito.

Pero para finalizar, pensemos por un momento qué ocurriría si en un día nublado, cuando parece que se anticipa un diluvio, esos millones de toneladas de agua que contienen en estado condensado las nubes, se desplomaran súbitamente en una masa compacta y aplastasen los sembrados y las ciudades. Sin duda eso sería un desastre de incalculables proporciones. Pero no, eso no ocurre así, porque el más grande de los diseñadores la hace que se derrame como perlas que acarician los pétalos de las flores. De esto se deduce que existen razones, razones de sobra para coincidir con las palabras de Jesús cuando dijo: “Que el Reino de los cielos está entre vosotros”. Por ende, si tenemos que necesitar más razones que todo cuanto vemos a nuestro alrededor, que testifican del amor y la suprema sabiduría divina, es porque Confucio nos definió cuando afirmó: “Nada produce la tierra peor que un ingrato”.

Por mi parte estoy tan agradecido de todo cuanto he recibido de Dios, que uno mi voz a la de la santa cuando exclamó:

“No me mueve, mi Dios, para quererte,

El cielo que me tienes prometido,

Ni me mueve el infierno tan temido,

Para dejar por eso de ofenderte”.