El manual del vagabundo
Vicente Carballo
Continuación del capítulo anterior…
Supongo que todos pensaban que esa noche sería llevado a los tribunales una vez llegara el viejo, pero no ocurrió así, sino que, por otra parte, mi papá, extrañamente, no me tomó en cuenta. Era quizás el más extremo de sus recursos de castigo, el hacerme creer que había dejado de formar parte de la familia. Y esta actitud estuvo tan bien representada, que lo llegué a creer. A tal punto, que cuando uno de mis hermanos me contó que él había comentado frente a ellos que ya no me tenía como su hijo, lo creí. Y a partir de ese momento, decidí que debía desplegar las alas. Ahora sí para siempre. Si mi primera fuga tuvo que ver con el castigo excesivo del cuerpo, ahora las laceraciones las recibía en el corazón. Sentí que súbitamente yo dejaba atrás mi infancia, y que debía, para sobrevivir aquella honda caída del alma, hacerme fuerte de alguna manera. Pensé que aunque mi primera aventura pudiera parecer un fracaso, no lo era del todo. Había adquirido un sinnúmero de experiencias, y más que nada, el encuentro extraordinario con aquel hombre que me trató con afecto y me hizo saber que existen otros caminos. Y más que nada, ahora tenía en mi posesión el Manual del Vagabundo, que significaba para mí la más preciada adquisición, pues, aunque aún no lo había podido leer con tranquilidad de espíritu, a mi ver necesaria, bastaban unos vistazos a algunas de sus páginas para sentirme seguro de que había encontrado mi verdadera vocación. Yo era, y seguiría siendo para siempre, en las dimensiones del espíritu, como un pájaro. Así que supe que ya no debía permanecer allí. Mantuve mis bártulos cerca. Y un par de días más tarde, reanudaría mi viaje. Ahora tendrían que pasar dieciocho largos años antes de que volviera a poner los pies en los dinteles de lo que fue mi casa.
En esta segunda fuga, tenía como escudo las recomendaciones del Manual, que transcribiré aquí, y que formarán parte integral de mi conciencia para el resto de la vida.
«No te avergüences de profesar un estilo de vida que han seguido muchos varones ilustres. Vagabundo es el que vaga, y quien lo haga con cierta dignidad, sin ser carga para nadie, viviendo del usufructo de un trabajo honrado, porque vagabundo no es sinónimo de mendigo. Pero que ese trabajo sea siempre temporal –esporádico diríamos-, porque si te detienes demasiado echarás raíces, y pondrás en peligro tu identidad.
»Como Mercurio, ponle alas a tus pies. “Romero que cruza siempre por caminos nuevos” (León Felipe).
-Fin de la primera parte-
Aviso:
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Sigo deseando más. Gracias Sr. Carballo por darnos aunque sea a cucharaditas, esta historia tan hermosa.
Dios le bendiga