La vida nos presenta momentos cuando es muy difícil no estar triste… porque duele la ausencia de un ser amado… pero el recuerdo de lo bueno y precioso de ese ser que ya no está más aquí, nos ayuda a soportar su ausencia…
Estamos reunidos esta noche para celebrar la vida de quien fuera nuestra por 87 años, y a quien Dios ha llamado al descanso eterno hasta la gloriosa mañana de la resurrección. Leonides Rangel Sosa, hija de Pablo Rangel y Sabina Sosa, nació un 8 de agosto de 1932 en la bella isla de Cuba. Desde muy tierna edad, el Señor la llamó a Su servicio y poco después de haber sido sumergida en las aguas del bautismo a los 12 años, cuando contaba con apenas 14 años dedicó su vida por completo al Señor a quien sirvió con integridad, fidelidad y amor hasta exhalar su último aliento.
A los 17 años unió su vida en santo matrimonio con el joven Fermín Mondéjar con quien formó un hogar estable y lleno de amor, donde junto a su amado esposo crió 8 preciosos hijos que hoy lloran su partida, porque duele la ausencia del ser amado, pero al mismo tiempo miran gozosos al cielo con la esperanza de que un día pronto, la volverán a ver, junto al padre que partió hace ya algunos años…
Pretender en una pocas líneas describir la vida de una heroína de la fe como Leonides, es punto menos que imposible, porque su fidelidad excede cualquier descripción, y su amor por Dios, su familia y la iglesia, fue más allá de lo que cualquier palabra pueda expresar. Digamos solamente que sirvió, luchó, trabajó incansablemente, ayudó, alimentó, aconsejó y fue tan buena que excepcional no llena la medida de todo lo que esta mujer de Dios fue y sobre todo, dio amor, amor y mucho amor, a manos llenas, sin esperar nada a cambio.
Sus hijos, Rode, Suni, Merari, Liccy, Roberto, Milca, Arturo y Orfa, sienten profunda gratitud por haber tenido el privilegio de tenerla como madre, de criarse a su sombra, de ver en ella el ejemplo a seguir cada día. Su integridad, tanto moral como doctrinal y espiritual, es faro que por siempre guiará los pasos que ellos den y sus virtudes que la adornaron cada día de su vida como preciosas joyas, el mejor regalo que pudieron recibir de sus manos, manos buenas y trabajadas, hacedoras del bien y útiles para toda buena obra. ¡Qué clase de mujer tan excelente! Hoy secando las lágrimas que inevitablemente llenan sus ojos, unen sus voces para decir con profunda emoción:
«Si crees que vamos a dejarte de amar, te equivocas Mami… Si piensas que te vamos a olvidar, nada más lejos de la realidad. Tienes reservado el lugar más especial en nuestro corazón…Buen viaje, amada Mami, nos vemos en la Eternidad»
Vivir como ella vivió, es el más elocuente testimonio de lo que hace Dios en el corazón del ser humano cuando en verdad se entrega a su Hacedor… Ni las pruebas, ni las enfermedades, ni la ausencia de sus seres amados muy allegados a ella, desde la pérdida de su madre, su hermana Clara, sus dos hermanos Arturo y Pepito, su esposo, sus hermanas Eugenia y Lita y otros familiares, le hicieron decaer en la fe, ni dudar del amor de Dios, y como Job pudo decir Jehová dio, Jehová quitó, sea el nombre de Jehová bendito… y se mantuvo siempre como viendo al Invisible…
Por eso hoy, reconociendo su vida de amor y entrega, y sabiendo que «Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos», tenemos que celebrar esta vida que se dio en el altar del sacrificio y que amó a su Salvador hasta el final y descansó con la certeza de que en el día final y al toque de la trompeta, se levantará para recibir a su amado Señor en las nubes de gloria… Y entonces Dios mismo limpiará toda lágrima de los ojos de ellos y celebraremos por la Eternidad junto a Leonides y a todos los que se nos han adelantado y reposan hasta ese glorioso despertar.