-Por Nelson Baires
Cuando era un niño, mi hermano Miguel acostumbraba hacerme una que otra broma de vez en cuando. Un día me hizo la siguiente pregunta: ¿Cuántas estrellas hay en el firmamento? Como podrán imaginarse, la respuesta a esa pregunta es una simplemente imposible. Mas para un niño atrevido como lo era yo, dar un número no era algo tan difícil de hacer:
-¡Un millón! -le dije entusiasmado, esperando que si estaba incorrecto, él me daría la respuesta correcta. Mas para mi asombro el número que mi hermano me dio fue uno que jamás esperé:
-Sin-cuenta -me dijo con una mueca jocosa en su rostro.
-¿Cincuenta? Me pregunté un poco desconcertado. ¿Cómo puede haber sólo cincuenta estrellas en el cielo? Esto despertó mi curiosidad y decidí comprobarlo yo mismo.
Una tarde, poco antes de que el sol despidiera el día y se hundiera bajo las montañas para tomar su descanso merecido, salí al patio de mi casa y con viva curiosidad miré fijamente al cielo, donde ya podía ver su color azul casi mezclado con el negro, y la luz de un día que desaparecía lentamente ante mis ojos. Una a una pude ver como las estrellas aparecían y comenzaban a iluminar la noche. Mi plan era comenzar a contarlas cual ellas iban apareciendo, así no perdería cuenta de ninguna y podría comprobar de una vez por todas, si mi hermano tenía razón o si estaba equivocado.
Para mi sorpresa, las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo una tras otra con tal velocidad que me fue imposible contarlas en orden y fui perdiendo la cuenta poco a poco de cada una de ellas. Entonces concebí un plan en ese momento; contaría las estrellas en grupos; comenzaría con el lado Sur, seguiría con el lado Este y luego Norte y luego Oeste. Un plan infalible sin duda y así finalmente en pocas horas podría contar todas las estrellas en el firmamento. Bueno, ya ustedes podrán imaginarse lo que sucedió; aparte de que mi hermano ya me había dado la respuesta sin yo haberme percatado de ella.
Mas esa pregunta, aunque fuera algo en juego, despertó en mí curiosidad y decidí seguir averiguando, estudiando qué más podía aprender de ese vasto universo que me rodeaba. Y es que, hermanos, a veces solo unas palabras, una pregunta, una frase pueden cambiar el curso de nuestras vidas e incitarnos a buscar algo nuevo, algo que tenga un significado único y especial.
Cuando salimos a predicar y preguntamos a las almas que nos encontramos en el camino: “¿Sabes que Cristo te ama? ¿Sabías que El tiene algo mejor preparado para ti? He visto el brillo de la curiosidad en ojos de muchos, y cómo ansían una respuesta a esas preguntas. Este mundo está sediento, hambriento por las buenas nuevas de salvación.
En un mundo sin Dios existen almas que irían hasta el fin de la tierra para beber de esa agua que solo Cristo puede dar; mas no saben cómo encontrarla, mucho menos cómo buscarla. No saben donde comenzar, no existe un orden en sus vidas, un manual que les dé las instrucciones a seguir, una guía que les muestre el camino. Tú y yo somos la vía que Cristo quiere usar para traer esas almas a Su luz admirable de la salvación. Somos los que podemos iniciar esa curiosidad en ellos y así, incitarlos a querer saber más.
Hoy quiero pedirte un favor; Si aun no lo haces, quiero que le hables a un alma por día; Hazlo cuando vas al supermercado, a la oficina postal, a la gasolinera, al parque con tus hijos, con tus nietos, de camino a la iglesia, de camino a tu trabajo, de camino a comprar una taza de café a la esquina. Lleva contigo un panfleto, una revista del mensajero o una palabra que puedas compartir con alguien y agrega este mensaje: “Cristo tiene algo mejor para ti.”
Sembremos la semilla y veremos cómo encontraremos almas que quieran venir a la viña del Señor.