Aunque todo ser humano necesita para ser concebido, ser engendrado por un hombre, no todos los nacidos han tenido el privilegio de tener un padre. Pues aunque el refrán popular afirma que cualquiera es padre, refiriéndose a que engendrar es relativamente fácil, pienso que no está bien usado el título .

Ser padre va un poco más allá de engendrar, es vivir el día a día con esa criatura indefensa y tierna que ha llegado al mundo y ahora es parte de ti y quien, si de verdad aceptas el reto, cambiará tu vida para siempre llenándola de todo lo que siembres en ese pequeño ser que al correr de los años te devolverá con creces, el fruto de lo sembrado.

Meditando en esto, tuve que dar gracias a Dios por el privilegio que me concedió, pues puedo decir con conocimiento de causa, que ¡yo tengo un padre! Y en alas del recuerdo me trasladé a mi infancia, al dorado tiempo de aquellos años preciosos, en los que la figura de mi padre lo llenaba todo, y su voz varonil, alegre y llena de entusiasmo, podía cambiar el día más gris en uno lleno de felicidad. Con su presencia se disipaban los miedos de mi pequeño corazón de niñita nerviosa, y en mi inocencia, creía sinceramente que si Pipo estaba presente, ¡nada malo podía ocurrir jamás! Y cuando cumpliendo su deber para con la iglesia, se ausentaba de casa por algunos días seguidos, despertarme en la noche y sentir en el silencio de la madrugada en el cuarto de al lado sus suaves ronquidos, me producía tal paz y alegría, que entonces sí podía dormir profundamente. ¡Qué virtud ha tenido siempre de inspirar alegría, de llenar de esperanza el corazón atribulado, de hacerte levantar la mirada y ver más allá de lo que te está sucediendo para que deposites tu confianza en Dios!

Su dicción clara y su voz armoniosa, llenó muchas horas de mi infancia, mientras leía en voz alta para sus hijos, historias de libros tan bellos como Corazón, Ben-Hur y uno de mis predilectos Lecturas Ejemplares, y en mi imaginación cada héroe de aquellas lecturas, tenía el pelo tan negro y ondulado como mi padre, sus ojos verdes y su incomparable sonrisa. Pues fue mi padre desde que tengo uso de razón, el héroe de todas mis ilusiones de niña lectora, que amaba los libros con la pasión que me inspiró Pipo por ellos.

Gracias a Dios por la inteligencia que le dio a mi padre, que supo sembrar en mi corazón, y en el de mis tres hermanos, fe, amor por Cristo, por la iglesia, por la hermandad y con su vida, nos mostró cuán real ha sido siempre Dios para él y cuánta verdad encierra el pensamiento que tantas veces he escuchado en sus labios “Creemos que la fe en Dios, da sentido y objeto a la vida”.

Admiro en este hombre a quien tengo el privilegio de llamar padre o como cariñosamente le decimos, Pipo, muchas cosas, pues tiene virtudes y talentos que han sido bendición no solamente a sus cuatro hijos, sus trece nietos y sus once bisnietos, sino a cientos de hermanos que han encontrado en él un padre espiritual, un guía, un líder ejemplar. Que no piense alguno por estas cosas que narro, que es perfecto, ¡no! Lejos esté de mí caer en semejante enajenación. Es un ser humano, y como tal, tiene defectos, pero es tanto el bien que ha hecho, y tanto lo que ha luchado por ayudar, servir, construir, alentar, consolar, entusiasmar, guiar, inspirar, atraer a las almas al camino que conduce a la Vida Eterna, mientras lucha contra sí mismo para alcanzar la santidad, que no me queda más que nuevamente glorificar a Dios por su vida, y dar gracias desde lo más profundo de mi corazón, porque en un mundo sin sentido, donde a lo malo llaman bueno y a lo bueno malo, donde se han perdido los valores y principios y se han torcido los caminos, donde aun de los más cercanos a veces recibes traición, todavía existen hombres como mi padre, han vivido en integridad, que no son perfectos, pero se esfuerzan por imitar a Cristo. Que no son santos, pero luchan cada día por avanzar en el camino de la Santidad, que no son ángeles, pero tienen como meta llegar la cielo a formar parte de la multitud de los salvados. Que aman sus hijos y han hecho todo lo posible por demostrarlo, protegiéndoles y enseñándoles.

Hoy que celebramos el Día de los Padres, yo, Judith, la única hija de Florentino Almeida, quiero honrarle y darle las gracias, porque siempre ha sabido ser para mí y mis hermanos, Magdiel, Otto y Abel Luis, un verdadero padre. Y le digo en mi nombre y en el de mis hermanos, ¡Gracias Pipo por habernos enseñado con tu ejemplo lo que es el amor de un padre y con tu fe, amar y a honrar a nuestro Padre Celestial!

¡Feliz Día de los Padres, Pipo!