Sermón predicado el Domingo 8 de Enero de 1888,
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Juan 15:7.
Los dones de la gracia no son gozados por los creyentes, todos de una vez. Al venir a Cristo, somos salvados mediante una verdadera unión con Él; pero es por permanecer en esa unión que recibimos mayor pureza, gozo, poder, y bendición, los cuales están depositados en Él para Su pueblo.
Miren cómo nuestro Señor expresa esto cuando habla a los creyentes judíos en el capítulo octavo de este Evangelio, en los versículos treinta y uno y treinta y dos: "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."
Nosotros no conocemos la verdad de una vez: la aprendemos permaneciendo en Jesús. La perseverancia en la gracia es un proceso educacional por medio del cual aprendemos enteramente la verdad. El poder emancipador de esa verdad es también percibido y gozado gradualmente. "La verdad os hará libres." Las cadenas se rompen unas tras otras, y somos verdaderamente libres.
Ustedes jóvenes principiantes en la vida divina pueden animarse al saber que hay algo todavía mejor para ustedes: ustedes no han recibido aún la plena recompensa de su fe. El himno lo expresa así: "Lo que viene es mejor que lo anterior." Tendrán perspectivas más felices de las cosas celestiales conforme suban la colina de la experiencia espiritual. En la medida en que permanezcan en Cristo tendrán una confianza más firme, un gozo más rico, una mayor estabilidad, más comunión con Jesús, y un deleite mayor en el Señor su Dios. La infancia está asediada por muchos males de los que la edad adulta está exenta: sucede lo mismo en el mundo espiritual que en el mundo natural.
Existen estos grados de logro entre los creyentes, y el Salvador aquí nos alienta a alcanzar una elevada posición mediante la mención de un cierto privilegio que no es para todos los que dicen que están en Cristo, sino únicamente para aquellos que residen en Él. Cada creyente debe ser un residente, pero muchas personas difícilmente han ganado ese nombre todavía. Jesús dice, "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." Deben vivir con Cristo para conocerlo, y entre más vivan con Él, más lo admirarán y lo adorarán; sí, y más recibirán de Él, gracia por gracia.
Ciertamente Él es un Cristo bendito para alguien que tiene un mes de edad en la gracia; ¡pero estos bebés difícilmente pueden discernir cuán precioso es Jesús para aquellos cuyo conocimiento de Él se extiende por unos cincuenta años! Jesús, en la estima de los creyentes que permanecen en Él, se vuelve más dulce y más amado, más hermoso y más atractivo día a día. No que Él mejore en Sí mismo, pues Él es perfecto; pero en la medida en que crecemos en nuestro conocimiento de Él, apreciamos de manera más profunda Sus excelencias incomparables. De qué manera tan ardiente exclaman Sus viejas amistades: "¡Todo él codiciable"! ¡Oh, que podamos crecer a semejanza de Él, que es nuestra cabeza, en todas las cosas, para que así podamos valorarlo más y más!
Les pido su sincera atención a nuestro texto, rogándoles que consideren conmigo tres preguntas. Primero, ¿cuál es esta bendición especial? "Pedid todo lo que queréis, y os será hecho." En segundo lugar, ¿cómo se obtiene esta bendición especial? "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros." Luego en tercer lugar, ¿por qué se obtiene de esta manera? Debe haber una razón para que estas condiciones se establezcan como necesarias para poder obtener el poder prometido en la oración. ¡Oh, que la unción del Espíritu Santo que habita en nosotros convierta este tema en algo beneficioso para nosotros!
I. ¿CUÁL ES ESTA BENDICIÓN ESPECIAL? Leamos nuevamente el versículo. Jesús dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho."
Observen que nuestro Señor nos había estado advirtiendo que, aparte de Él, no podemos hacer nada, y, por lo tanto, podríamos haber esperado naturalmente que nos enseñaría cómo podemos hacer todos nuestros actos espirituales. Pero el texto no dice lo que nosotros hubiéramos esperado que dijera. Jesús no dice: "Sin mí, ustedes no pueden hacer nada, pero si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, podrán hacer todas las cosas espirituales y las cosas llenas de gracia."
Él no habla aquí de lo que ellos estarán capacitados para llevar a cabo, sino más bien de lo que será realizado en ellos: "y os será hecho." Él no dice: "Les será dada la suficiente fortaleza para todas aquellas acciones santas que ustedes son incapaces de realizar sin Mí." Eso hubiera sido verdaderamente cierto, y es la verdad que buscábamos aquí; pero nuestro sapientísimo Señor sobrepasa todos los paralelismos del lenguaje, y sobrepasa todas las esperanzas del corazón, y dice algo todavía mejor. Él no dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, harán cosas espirituales"; sino que dice, "pedid." Mediante la oración ustedes serán capacitados para hacer; pero antes de cualquier intento de hacer, "pedid." El privilegio especial aquí otorgado es una poderosa vida de oración que puede prevalecer. El poder de la oración es en mucho el indicador de nuestra condición espiritual; y cuando recibimos ese poder en un alto grado, somos favorecidos en relación a todo lo demás.
Entonces, uno de los primeros resultados de nuestra permanente unión con Cristo será la práctica constante de la oración: "Pedid." Si otros no buscan, ni llaman, ni piden, ustedes al menos sí deben hacerlo. Los que permanecen alejados de Jesús no oran. Aquellos en quienes la comunión con Cristo está suspendida, sienten como si no pudieran orar; pero Jesús dice: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid." La oración brota espontánea en aquellos que permanecen en Jesús, de la misma manera que ciertos árboles orientales, sin presión alguna, derraman sus fragantes gomas.
La oración es la emanación natural de un alma en comunión con Jesús. De la misma manera que la hoja y el fruto brotan de la rama de la vid, sin ningún esfuerzo consciente de parte de la rama, sino simplemente a consecuencia de su unión viva con el tronco, de igual manera brotan de las almas que permanecen en Jesús, los capullos de la oración y las flores y los frutos.
Así como brillan las estrellas, así oran los que permanecen en Jesús. Es su hábito y su segunda naturaleza. Ellos no se dicen a sí mismos, "ahora es el momento de que nos pongamos a trabajar y oremos." No, ellos oran de la misma manera que los sabios comen, es decir, cuando les viene el deseo de orar. Ellos no claman como si estuvieran bajo servidumbre, "en este momento debo orar, pero no me siento con ánimos de hacerlo. ¡Qué aburrido que es orar!" Más bien ellos tienen una agradable misión en el propiciatorio, y están felices porque se dirigen hacia allá.
Los corazones que permanecen en Cristo exhalan súplicas de la misma manera que el fuego despide llamas y chispas. Las almas que permanecen en Jesús inician el día con oraciones; la oración los rodea como una atmósfera durante todo el día; en la noche se duermen orando. He conocido a algunos que sueñan una oración, y, que, de cualquier forma, son capaces de decir gozosamente, "Despierto, y aún estoy contigo." La petición habitual brota del permanecer en Cristo. No necesitarán que los inciten a la oración cuando permanecen en Jesús: Él dice: "Pedid"; y pueden estar seguros que lo harán.
También sentirán de manera muy poderosa la necesidad de orar. La gran necesidad de orar que tienen ustedes se percibirá de manera vívida. ¿Acaso escucho que ustedes dicen: "¡Cómo! Cuando permanecemos en Cristo, y Sus palabras permanecen en nosotros, no hemos llegado todavía? Más bien, estamos lejos de estar satisfechos con nosotros mismos; es entonces cuando sentimos más que nunca que debemos pedir mayor gracia. El que mejor conoce a Cristo, conoce mejor sus propias necesidades. El que tiene mayor conciencia de la vida en Cristo, está también más convencido de su propia muerte aparte de Cristo.
El que discierne de manera más clara el carácter perfecto de Jesús, pedirá con más urgencia mayor gracia para crecer en semejanza con Él. Entre más me preocupo por estar en mi Señor, más deseo obtener de Él, pues yo sé que todo lo que está en Él está puesto allí a propósito para que yo pueda recibirlo. "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia." Es en la medida que estamos vinculados a la plenitud de Cristo que sentimos la necesidad de extraer más de esa plenitud, mediante la oración constante.
Nadie necesita demostrar la doctrina de la oración a quien permanece en Cristo, pues nosotros nos gozamos en ella misma. La oración es ahora una necesidad para nuestra vida espiritual, de la misma manera que el respirar lo es para nuestra vida natural: no podemos vivir sin pedirle favores al Señor. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid": y no podrán cesar de pedir. Él ha dicho, "Buscad mi rostro," y el corazón de ustedes responderá, "Tu rostro buscaré, oh Jehová."
Observen a continuación, que el fruto de nuestra permanencia no es solamente la práctica de la oración y un sentido de la necesidad de la oración, sino que incluye libertad en la oración: "Pedid todo lo que queréis." ¿No han estado de rodillas algunas veces, sin ningún poder para orar? ¿No han sentido que no podían suplicar como lo hubieran deseado? Querían orar, pero las aguas estaban congeladas, y no fluían. Ustedes dijeron con mucha tristeza: "estoy encerrado y no puedo salir." La voluntad estaba presente, pero no la libertad de presentar esa voluntad en oración.