El Progreso del Peregrino -Por Juan Bunyan

Viaje de Cristiano A La Ciudad Celestial, Bajo El Símil De Un Sueño

CAPITULO XX

 

Cristiano y Esperanza pasan por el agradable país de Tierra-habitada, salvan sin daño el río Muerte y son admitidos en la gloriosa Ciudad-de-Dios.

 Después de las agradables pláticas que acabo del referir, vi en mi sueño que habían pasado ya los peregrinos la Tierra- Encantada y estaban a la entrada del país del Beulah. Muy dulce y agradable era el aire de éste y como quiera que el camino fuera por medio de él, se recrearon allí por algún tiempo.

Allí se recreaban agradablemente en oír el canto de los pájaros y la voz dulce de la tórtola y en ver las flores que aparecían en la tierra. En este país brilla de día y de noche el sol, por lo cual está ya fuera enteramente del Valle-de-la-Muerte y también del alcance del gigante Desesperación, y de allí no se veía ni la más mínima parte del Castillo-de-la-Duda; allí, además, estaban a la vista de la ciudad adonde iban, y más de una vez encontraron alguno que otro de sus habitantes. Porque por ese país solían pasearse los Resplandecientes, por lo mismo que estaba casi dentro de los límites del cielo; en ese país también se renovó el pacto entre el Esposo y la Esposa, y como éstos se gozan entran en sí, así se goza con ellos el Dios de ellos; allí no faltaba trigo ni vino, porque había abundancia de lo que habían buscado en toda su peregrinación.

Allí también oían voces fuertes que salían de la ciudad y decían, "Decid a las hijas de Sión, he aquí viene tu Salvador, he aquí su recompensa con El." Allí por último, los habitantes del país los llamaron “Pueblo santo, redimidos de Jehová ciudad buscada…”

¡Dichosos ellos! Según iban caminando por ese país, tenían mucho más regocijo que en las partes más remotas del reino a que se dirigían, y cuanto más se acercaban a la ciudad, tanto más magnífica y perfecta era la vista que se les presentaba. Estaba edificada de perlas y piedras preciosas; sus calles estaban empedradas de oro; así que, a causa del brillo natural de la ciudad y del reflejo de los rayos del sol, se puso enfermo de deseos Cristiano. Esperanza sintió también uno o dos ataques de la misma en enfermedad, por lo cual tuvieron que reclinarse allí un poco, exclamando en medio de su ansiedad: "Si hallareis a mi amado, hacedle saber cómo de amor estoy enfermo." Más, fortalecidos un poco y hechos capaces de sobrellevar su enfermedad, prosiguieron su camino, acercándose cada vez más y más hacia donde había viñedos frondosos y deliciosísimos jardines, cuyas puertas daban sobre el camino. Encontraron al jardinero, y dirigiéndose a él, preguntaron ¿De quién son estos viñedos y jardines tan hermosos? Contestóles:

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CAPITULO XIX

Hablan de nuevo los peregrinos con Ignorancia, y ven en sus palabras el lenguaje de un cristiano, sólo de nombre, que no ha conocido su estado de condenación, ni, por consiguiente, su necesidad de ser perdonado y justificado por gracia.  Conversación que después tuvieron acerca de Temporario, la cual es un aviso terrible y saludable para el lector.

Cuando Esperanza concluyó su razonamiento, que acabamos de referir, volvió los ojos atrás y vio a Ignorancia que los seguía, y dijo a Cristiano:

ESPER. — Poca pena se da ese joven por alcanzarnos.

CRIST. — Ya, ya lo creo; no le gusta sin duda nuestra compañía.

ESPER. — Pues creo que no le hubiera venido mal el habernos acompañado hasta ahora.

CRIST. — Esta es la verdad; pero apuesto a que él piensa de muy diferente manera.

ESPER. — Sí, lo creo; sin embargo, esperémosle. (Así hicieron.)  Luego que ya estuvo con ellos, dijo:

CRIST. — Vamos, hombre; ¿por qué te detuviste tanto?

IGNOR. — Me gusta mucho andar a solas, mucho más que ir acompañado, a no ser que la compañía sea de grado — Dijo entonces Cristiano a Esperanza al oído no te dije que no le gustaba nuestra compañía?"

CRIST. — Pero, vamos, acércate, y empleemos nuestro tiempo en este lugar solitario con una buena conversación. Di, ¿cómo te va? ¿Cómo están las relaciones entre tú y tu alma?

IGNOR. — Confío que bien; estoy siempre lleno de buenos movimientos que vienen a mi mente para consolarme en mi camino.

CRIST. — ¿Qué buenos movimientos son esos?

IGNOR. — Pienso en Dios y en el cielo.

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CAPITULO XVÍIII

Los peregrinos se encuentran con Ateo, a quien resisten con las enseñanzas de la Biblia. Pasan por Tierra-encantada, figura de la corrupción de este mundo en tiempos de sosiego y prosperidad. Medios con que se libraron de ella: vigilancia, meditación y oración.

Poco trecho habían andado en su camino, cuando percibieron a uno que avanzaba solo, con paso suave y al encuentro de ellos. Dijo entonces:

CRIST. — Ahí veo uno que viene a encontrarnos con sus espaldas vueltas a la ciudad de Sión.

ESPER. — Sí, le veo. Estemos apercibidos por si es otro adulador.

Habiendo llegado ya a ellos Ateo (tal era su nombre), preguntó adonde se dirigían.

CRIST. — Al monte Sión.  Entonces Ateo soltó una carcajada estrepitosa.

CRIST. — ¿Por qué se ríe usted?

ATEO. — Me río al ver lo ignorantes que sois en emprender un viaje tan molesto, cuando la única recompensa segura con que podéis contar es vuestro trabajo y molestia en el viaje.

CRIST. — Pero, ¿le parece a usted que no nos recibirán allí?

ATEO. — ¿Recibir…? ¿Dónde? ¿Hay en este mundo el lugar que soñáis?

CRIST. — Pero lo hay en el mundo venidero.

ATEO. — Cuando yo estaba en casa, en mi propio país, oí algo de eso que decís, y salí en su busca, y hace veinte años que lo vengo buscando, sin haberlo encontrado jamás.

CRIST. — Nosotros hemos oído y creemos que lo hay y se puede hallar.

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CAPITULO XVII

 Volví de nuevo a dormir y a soñar, y vi a los dos peregrinos bajando la montaña por el camino que llevaba a la ciudad.  Pero más abajo de las montañas hay un país que se llama de las Ideas fantásticas, del cual sale al camino por donde iban los peregrinos, una sendita tortuosa. Aquí, pues, encontraron a un joven atolondrado que venía de dicho país; se llamaba Ignorancia.

Preguntado por Cristiano de qué parte venia y adonde se dirigía, respondió:

IGNORANCIA. — Nací en aquel país de la izquierda, y voy a la Ciudad Celestial.

CRIST. — Pero, ¿cómo cree usted que va a entrar? Por que es posible que a la puerta encuentre usted alguna dificultad.

IGNOR. — Como entran otras buenas gentes.

CRIST. — Pero, ¿qué puede usted presentar para que le franqueen la entrada?

IGNOR. — Conozco bien la voluntad de mi Señor, y he vívido bien; doy a cada uno lo suyo, oro, ayuno, pago diezmos y doy limosnas, y he abandonado mi propio país para dirigirme a otro.

CRIST. — Pero no has entrado por la portezuela que está al principio de este camino; te has colado por esa senda tortuosa, y así me temo que por más que pienses bien de ti mismo, en el día de la cuenta encontrarás que, en vez de darte entrada a la ciudad, te acusarán de ser ladrón y robador.

IGNOR. — Caballeros, sois enteramente extraños para mí; no os conozco; seguid en buena hora vosotros la religión de vuestro país, yo seguiré la del mío, y espero que todo saldrá bien. En cuanto a la puerta de que me habláis, todo el mundo sabe que está muy distante de nuestro país, no creo haya uno siquiera en todo él país que conozca el camino de ella, ni eso debe importarnos tampoco, pues tenemos, como veis, una agradable y fresca vereda que nos trae a este camino.

Al ver Cristiano a este hombre, que así se tenía por sabio en su propia opinión, dijo en voz baja a Esperanza: Más esperanza hay del necio que de él. — Y añadió: Mientras va el necio por su camino, fáltale la cordura, dice a todos, Necio es. ¿Qué te parece, seguiremos hablando con él, o nos adelantamos por de pronto y le dejamos para que medite sobre lo que acaba de oír, y luego le podremos aguardar, para ver si poco a poco es posible hacerle algún bien? —Contestóle Esperanza:

-Soy de tu mismo parecer: no es bueno decírselo todo de una vez; dejémosle solo por ahora, y luego volveremos a hablarle, según nos brinde la ocasión.

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CAPITULO XV

Cristiano y Esperanza, viéndose rodeados de consuelos y de paz, caen en negligencia, y tomando una senda extraviada son presa del Gigante Desesperación; pero invocan al Señor, y son librados por la llave de las promesas.

Seguían su camino nuestros peregrinos, cuando los vi llegar a un río agradable, que el Rey David llamó el "río de Dios" y Juan el "río del agua de la Vida". Precisamente tenían que pasar por la ribera de este río. Grande era el placer que esto les hacía sentir, y más cuando, aplicando sus labios al agua del río, la hallaron agradable y refrigerante para sus espíritus fatigados.

Además, en las orillas del río crecían árboles frondosos que llevaban toda clase de frutos, y cuyas hojas servían para prevenir toda clase de indigestiones y otras enfermedades que suelen sobrevenir a los que, con el mucho andar, sienten acalorada su sangre. A uno y otro lado del río había también praderas hermoseadas de lirios, y que se conservaban verdes durante todo el año. En esta pradera, pues, se acostaron y durmieron, porque aquí podían descansar seguros. Cuando despertaron comieron otra vez; la fruta de los árboles y bebieron del agua de la Vida, volvieron a echarse a dormir, haciendo esto mismo durante algunos días y noches. Su placer era tanto, que exclamaban cantando:

"¡Oh, cuál fluye este río cristalino,

Para gozo y solaz del peregrino!

¡Qué verdes prados y pintadas flores

Comunican al aire sus olores!

Quien una vez habrá saboreado

El fruto de estos árboles sabrosos,

Venderá cuanto tenga, de buen grado,

Por comprar este sitio delicioso."

Cuando ya tuvieron intención de seguir su camino (porque todavía no habían llegado al término de su viaje), habiendo comido y bebido, partieron. Entonces vi en mi sueño que a muy corto trecho el río y el camino se separaban, lo que no dejó de afligirlos; sin embargo, no se atrevieron a dejar el camino. Este, al separarse del río, era muy áspero, y los pies de los peregrinos estaban muy delicados por el mucho andar, así que se abatió su ánimo por esta causa. Más, a pesar de esto, prosiguieron su camino, aunque deseando otro mejor. Un poco más adelante había, a la izquierda del camino, una pradera a la cual daban entrada unos escalones de madera; se llamaba el Prado de la Senda-extraviada. Dijo entonces Cristiano a su compañero: —Si este Prado continuase al lado de nuestro camino, podríamos pasar por él—. Y se acercó a los escalones para inspeccionar; y he aquí que había una senda que iba al par del camino al otro lado de la cerca. —Esto es lo que yo quería—dijo Cristiano—; por aquí podremos andar con más facilidad; vamos, buen Esperanza, pasemos al otro lado.

ESPER. — ¿Y si esta senda nos extraviase?

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