La ayuda ya está en camino

-Por Caridad Krueger

Unos misioneros cristianos, decidieron ir a unas Islas del Pacífico del Sur a evangelizar a los nativos de esas Islas. Además del equipaje, llevaron una maleta pequeña con artículos personales como una Biblia, una vasija para tomar agua, un cuchillo, por si necesitaban cortar algunas frutas, y otros objetos personales. Desafortunadamente el barco naufragó, y solo hubo un sobreviviente, que pudo nadar hasta la orilla de una de las Islas, pero al llegar muy agotado por la travesía, notó que la pequeña Isla estaba deshabitada, se arrodilló y le pidió a Dios, con mucho fervor, que pasara algún barco para poder ser rescatado.

Todos los días el pobre hombre, miraba al horizonte, buscando con ansiedad, para ver si aparecía algún navío, pero nada. Así es que decidió levantar una choza con los pedazos de madera y troncos de árboles caídos, para resguardarse de los elementos, y proteger sus escasas pertenencias. Un día, cuando regresaba a la choza, después de merodear por la Isla en busca de alimentos, con gran tristeza vio que estaba envuelta en llamas, una gran columna de humo se elevaba hacia el cielo. Lo peor era que lo había perdido todo, sus pocas pertenencias, el hombre se encontraba desesperado, pero luego se arrodilló y oró : “¿Señor, ¿por qué me ha sucedido esto? ¿Es que te has olvidado de mí? Tú sabes que tenía muy poco, pero ahora no tengo nada, ¡por favor ayúdame! Unas horas más tarde el náufrago escuchó el sonido de un barco que se acercaba a la Isla. ¡Habían venido a salvarlo!

-¿Cómo supieron que estaba aquí? -Preguntó a sus salvadores.

-Vimos la señal de humo que Usted envió. -contestaron ellos.

Amigos, a veces cuando nos encontramos en situaciones difíciles, nos amedrentamos, es muy fácil descorazonarse cuando las cosas marchan mal. Pero recuerda, cuando sientas que tu cabaña se vuelve humo, puede ser la señal que Dios te está dando de que ya la ayuda viene en camino, El Señor nos prometió «No os dejaré, ni desampararé». Confiemos amigos, la ayuda ya está en camino.

Su bandera

Amorosamente Hace muchos años un hombre de Inglaterra vino a los Estados Unidos, y al pasar el tiempo se hizo un ciudadano estadounidense. Después de unos años quiso visitar a Cuba, y después de pasar unos días allí estalló una guerra civil. Este hombre fue arrestado por el gobierno español como espía. Fue juzgado por la corte marcial, hallado culpable y condenado a muerte. Todo el juicio se realizó en el idioma español, así que el pobre hombre no entendía nada. Cuando le dijeron que lo habian declarado culpable y que el veredicto era que sería ejecutado, presentó su caso ante el consulado estadounidense y ante el consulado inglés, probando su inocencia y pidiendo protección.

Examinaron el caso, y encontraron que este hombre que los españoles condenaban era completamente inocente. Fueron al general español y dijeron:

-Este hombre que ustedes han condenado a morir es un hombre inocente. Pero el general español dijo:

-El ha sido juzgado por nuestras leyes, ha sido hallado culpable y debe morir.

En aquel entonces no existían ni siquiera los telegramas, así que no podían consultar con sus gobiernos.

Llegó la mañana en que el hombre debía ser ejecutado. Fue traído sentado frente a su féretro, en una carreta y puesto en el lugar en que debía ser ejecutado. Se cavó una tumba para él. Sacaron el ataúd de la carreta, pusieron al hombre sobre él, tomaron la capucha negra y la estaban poniendo sobre su rostro. Los soldados españoles esperaban la orden de fuego, pero justo en ese momento los cónsules americano e inglés llegaron al lugar. El cónsul inglés se arrojó de su carruaje y tomó la bandera británica y con ella envolvió al condenado. El cónsul americano tomó la bandera estrellada y también envolvió con ella al hombre. Ambos, volviéndose al oficial español dijeron:

-Abra fuego sobre esas banderas, si se atreve.

Aquellos hombres no se atrevieron a disparar sobre las banderas. Había dos grandes gobiernos detrás de esas insignias. Ese era el secreto de ellas.

Glorificado sea Dios porque podemos ponernos hoy debajo de Su bandera. Porque podemos refugiarnos en la cruz y en Su bendito amor. Su bandera de amor está sobre nosotros ¡Bendito Evangelio!

Chinita

No sabía su edad, aunque ahora conozco que tiene 61 años, pero esto no me preocupa cuando escribo de ella. Hace mucho tiempo que la he tratado, solo que ahora la veo más joven. De ébano oscuro el color de su piel y extremadamente delgado su cuerpo, pues décadas de vida tironeada por un continuado aliento etílico, han hecho mella de su anatomía. Desde hace unos meses a la fecha, es visita continuada a los servicios de mi Iglesia. Verla allí, me conmueve y me ratifica que son insondables e indescifrables los caminos de Dios, y que Él ama sin distinciones al más despreciable de los seres por quienes su Santo Hijo, dio su preciosa vida en rescate del pecador arrepentido. Ella llega temprano a los programas y se sienta tranquila, disfrutando la paz que la casa de Dios reserva a sus asistentes. Tiempo atrás, impulsada por el vicio, era algo así como una marioneta tirada por un hilo de alcohol, o péndulo oscilante de un reloj de quimera, según la métrica de mi poeta cristiano favorito, el ya finado pastor evangélico Rodolfo Loyola.

Ella todo lo tenía, y entre las cualidades que posee, es que ha sido siempre una persona amable, sonriente, que al saludarnos nos decía: ¡Y qué mi vida!, o cualquier otra frase hermosa de su abundante repertorio. Ágil, dinámica, vital, sostenía con creces la fuerza de una familia. Pero la vimos sostenidamente caer y caer atrapada por el alcoholismo, enfermedad que cada día gana terreno entre los seres humanos. En estos tiempos, justificaciones sobran para empinar el codo cuando escasean los elementos esenciales para la vida, y entonces siempre el alcohol, omnipresente caballero de cada convite, se convierte en la utópica solución arrastrando tras si oleadas de suicidios, crímenes y violencias sin nombre. Años atrás el esposo, un gentil y laborioso hombre de bien no soportó más su compañía, y dejó el hogar un día buscando un nuevo nido. Pero ella continuó su estilo de vida y su trabajo también lo perdió, pese a muchas y variadas oportunidades que le dieron para reflexionar y comenzar de nuevo. Por eso, cada mañana, tarde, o noche que le veía pasar frente a mi casa para dirigirse a comprar una bebida casera que por acá llaman “chispa de tren”, “diente de tigre”, “guafarina” o cualquier nombre que a los creadores de la subcultura de hoy se les ocurra, me dolía su tragedia. El alcohol, palabra eufemística para señalar el mal presente en los divorcios, accidentes, enfermedades, causa de violaciones sin nombre ni parangón, continúa haciendo estragos por el mundo. Puede faltar en una fiesta quizá el alimento, pero dispuesto y preparado se encuentra el alcohol. Y ellos, los parias del mismo, generalmente dejan sus recuerdos al futuro, portando la botella como símbolo o estilo de vida en cualquier imagen tomada. A ella la vi muchas veces con apenas el equilibrio para caminar algunos pasos, y no podía entender como aquel cuerpo consumido y extremadamente delgado, podía asimilar las grandes dosis de la droga más difundida por el mundo.

Ayer mientras visitaba un hogar de los miembros de mi Iglesia, supe que desde allí cada tarde se le asiste con alimentos elaborados con toda la delicadeza, de un amor que se vive y se practica. Y todavía aun viéndola a veces en el templo, me resisto a creer lo que contemplan mis ojos, y en cada anuncio le doy la bienvenida y la estimulo a continuar su relación con Dios. ¡Que alegría ha traído al pueblo su inserción en el mundo del Cristianismo! Hace apenas tres meses que dejó de beber, y hoy, limpia, aseada, perfumada y digna, toma camino a la iglesia junto a su anciana madre, que también nos visita. Marilú o Chinita, la borracha del pueblo, se ve extraña sentada en una de las pulcras bancas del templo, pero a ella también papá Dios la ama y nos ha permitido decirle a tiempo que su cambio de vida, creyendo en Él, tiene remuneración en el reino de los cielos.

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Michelito

La iglesia que yo atiendo está enclavada en un villorrio que se encuentra cerca de la periferia de la capital de Cuba. El pueblecillo tiene varias entradas y por donde quiera que Ud. llegue, siempre tendrá que descender hasta él pues su área poblada está ubicada entre dos arroyuelos que se entrelazan en un pequeño y fértil valle lleno de palmeras, cañaverales, cocales, mangos y guayabas con pequeñas elevaciones a su alrededor. En este sitio casi desconocido de la geografía cubana he trabajado como pastor durante algunos años. Es un lugar tranquilo, sus noches son apacibles, y tiene amaneceres con trinos de sinsontes que molestan cuando quieres dormir un tiempo más. En fin es un lugar acogedor y con una congregación activa y amada por Dios. Entre los feligreses que tiene mi iglesia hay varios hermanos que son oriundos de la zona más oriental de Cuba, y por ende es visitada con frecuencia por residentes de esa región. Una de esas visitas que marcó y dejó huellas fue la que nos hizo el matrimonio de Sandy Furones y Eliyannis Gámez. A ellos les había nacido su primer hijo en Baracoa, la ciudad primada de mi nación pero algo no funcionaba bien en la criatura al defecar. El bebé tenía problemas con ello y durante meses fue atendido por los doctores de aquel lugar sin poder encontrar la solución mientras el niño se depauperaba cada día más. Recuerdo que el tío de la criaturita, actualmente el presidente de nuestra Sociedad de Jóvenes habló con mi hija de crianza Marialis, para que ella a su vez le comentara de este caso a su hermano Hermes Hernández, afamado cirujano del Hospital Pediátrico de Centro Habana. La transportación del niño hasta La Habana fue una odisea, pero llegó y lo internaron en la sala de Cuidados Intensivos de dicho hospital. Era a mediados de septiembre de 2009. Se iniciaba un largo y doloroso camino a transitar por mis hermanos. Pruebas y más pruebas con el niño, hasta descubrir que era un problema de nacimiento en sus intestinos que impedía la salida de las heces y fue llevado al quirófano donde se le practicó una colostomía. A partir de ese momento el niño comenzó a mejorar y en cuestión de días engordó muchísimo, le dieron el alta médica y le trajeron para mi comunidad. Aquí sus familiares y todos estábamos pendientes del progreso de aquella criatura de apenas unos meses de nacida que había vuelto a la vida como un milagro. La familia Orduñes Domínguez con su acostumbrada bondad asumía los retos mayormente. Nos acostumbramos a verlo los sábados cuando lo traían al culto divino y sonreía con los chistes y mimos que le hacíamos. Sus padres eran sencillos, jovencitos, inexpertos pero muy felices por haber encontrado lejos de casa otra familia. Tan rápida fue la recuperación del bebito que los doctores en marzo quisieron reinsertarle el intestino nuevamente para que terminase su tragedia. Recuerdo la última vez que lo vi con vida. Su madre lo cargaba muy feliz mientras yo le acariciaba su carita angelical con el sol matizando su color rosado. De nuevo al hospital y otra vez al salón de operaciones. Todos estábamos pendientes del resultado de la intervención quirúrgica. Bien, salió sin complicaciones fueron las palabras del Doctor Hermes, y extenuado después de horas de labor intensa partió a su casa. Nos regocijamos por ello, pero seguimos orando. Con el paso de las horas la situación cambió y el niño comenzó a empeorar. Éramos tan felices que nos sorprendió la noticia. Se agravaba cada día pese a todos los esfuerzos de la ciencia humana hasta que llegó el 22 de marzo de 2010. Ese día yo dirigía la reunión de ungidos en La Habana. Me llamaron al móvil diciéndome que orásemos especialmente por Michelito. Los meses que era atendido por mi Iglesia nos hacían tener un papel protagónico en ese asunto difícil y nos habíamos encariñado con él. Oramos intensamente pidiendo la voluntad de Dios. Minutos más tarde me comunicaron que había fallecido …apenas tenía cerca de 11 meses de nacido… y no murió a consecuencia de la operación que fue exitosa, sino producto de una bacteria que lo contaminó en el salón de operaciones. Así lo dictaminó el resultado de la autopsia semanas después.

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Señor, Toma Mis Panes y Mis Peces

mis panes y mis pecesUna historia de vísperas de nochebuena

Éramos muchos hermanos, ocho en total, mi papá trabajaba tiempo completo edificando iglesias.  Y aunque Dios siempre suplió nuestras necesidades básicas, éramos muy pobres, algo que no pasaba desapercibido para nuestras maestras de la escuela.

Se acercaba la nochebuena y la maestra de mi hermana anunció que todos los alumnos debían llevar algo para obsequiar la cena de nochebuena a la familia más pobre del pueblo.

Mi mamá, llena de compasión y alegre de poder ayudar a la familia más pobre, consiguió con mucha dificultad, un paquete de frijoles para que mi hermana lo donara.

Y llegó el día de llevar el presente.  Los muchachos, ordenados en una fila, salieron con la maestra al frente.  Mi hermana no podía dar crédito a sus ojos cuando vio que se encaminaron hacia nuestro hogar.  Al llegar, con mucho cariño la maestra le entregó varios paquetes grandes de comida a mi mamá para la cena de nochebuena.

No sé si aquella buena mujer era cristiana, pero si sé que había interpretado bien el espíritu de la Navidad.  Ella nunca supo que aunque era la víspera de la nochebuena, nosotros todavía no teníamos nada para la cena, pero Dios la usó como instrumento para ayudar a sus hijos.

Siglos atrás, cuando una gran multitud seguía al Maestro para escuchar su mensaje y estaban hambrientos, un niño ofreció al Señor sus panes y sus peces, eran pocos y todo lo que tenía, pero El buen Jesús los multiplicó para que comieran todos, y sobró.

Por eso yo hago esta petición: “Señor, toma mis panes y mis peces”, que nunca piense que son tan pocos que no puedan alcanzar; que tenga la fe para saber que Tú puedes multiplicarlos y saciar al alma hambrienta.  Que entienda que eres Tú quien has “llenado mi cesto”, con tu infinita bondad. Te pido con el poeta: “Aumenta mi caridad para seguir compartiendo.  Que llegue a todos tu pan, y una nueva humanidad viva feliz en tu reino”.