Mi Supremo Anhelo

Amo a Dios con todas las fuerzas de mi ser. No me halagan glorias, riquezas, honores, ni títulos; mi única ilusión es el cielo. Quiero alcanzar el cielo, no por temor al infierno, sino porque me ilusiona vivir con Dios para siempre. Comprendo que ningún hombre, jamás, merece tal bendición y que mucho menos puede alcanzarla en su estado natural, por eso, anhelo que troque Dios mi debilidad en fortaleza suficiente para correr el camino y a medida que avance en su senda, ser más dócil, más sencillo; que las posiciones más altas de la santidad no me envanezcan, ni olvide mi humilde procedencia. Quiero que el cumplimiento de mi deber sagrado sea mi más grata satisfacción. Que nunca pierda el precioso tiempo, pues no debo olvidar que ningún santo se hizo santo mientras dormía. Que practique la justicia con amor y el amor sin parcialidad. Dar siempre, sin esperar provecho alguno. Anhelo poseer una humildad práctica y de hechos, que no me detenga para contemplar injusticias o malas acciones. Cerrar siempre mis labios pues esa es la más certera táctica de la humildad para vencer a su ofensor.
Al momento de tener que tolerar, quiero ser tolerante sin perjuicio para el tolerado; tolerante, sin dejar de practicar la justicia. Deseo, además,  ser templado; para reír, para llorar, para hablar…

En cuanto a mis pruebas y tribulaciones, quiero ser como el roble, que más fuerte sea, mientras más fuerte sea la tempestad que me azote. Que aprenda a gozarme con el dolor, ya que ese es un necesario compañero; forjador de nobles sentimientos, maestro de la piedad, revelador de los misterios, vencedor de la soberbia, árbol de las virtudes…
Quisiera que la fe en mí sea más que la expresión de la palabra; sea la virtud que me sostenga, el traje que me ciña, el arma que me defienda, el escudo que me proteja. La fe que no admite imposibles, que pueda aun desafiar la lógica humana, que cuando todos los hombres juntos digan la última palabra, todavía la fe tenga algo más que decir. Una fe que obra milagros, que sea medicina para cuerpo y alma, el pan que me sustente en el sagrado ministerio.
Quiero amar a los niños y hasta semejarme a ellos en sus más puras acciones, y ser a la vez tan varonil como para no temer ni a la muerte. Quiero llorar con los sufridos con un llanto dulce y santo de compañerismo, y hacer algo más que llorar: agotar todas mis fuerzas para aliviar las cargas del que sufre. Anhelo reír con los que se gozan, que el bien de ellos sea mi propio bien, el triunfo de los demás, mi propio triunfo; sus victorias, mis victorias. ¡Oh, Señor! No permitas que muera sin antes alcanzar la cumbre de mi supremo anhelo.

Ob. José Rangel Sosa