El martes recibimos la infausta noticia del fallecimiento de quien fuera un gran oficial de nuestra iglesia el Obispo Heriberto Hernández. Este gran siervo de Dios fue pastor de mi iglesia en Cabaiguán cuando yo era miembro siendo yo muy joven. Se distinguió por su trabajo en la obra misionera como pastor, a quien toda la congregación apreciaba y respetaba, porque aunque él también era muy joven, era muy fiel.
Yo había conocido a Heriberto Hernández en una conferencia general de nuestra iglesia celebrada en Matanzas, Cuba. Recuerdo que fue en el año 1944, a la que asistí siendo miembro. A esa reunión especial de toda la iglesia, asistieron dos jóvenes vestidos con traje militar, Selvin Hall y Heriberto Hernández, que estaban pasando el servicio militar en Cuba. Para mí fue muy grato conocerles y una experiencia que me impresionó, porque lucían muy elegantes con sus uniformes y porque cantaron y dieron testimonios especiales.
Un tiempo más tarde habiendo sido dado de baja del Servicio Militar, fue asignado como pastor de mi iglesia.
Después fue asignado a otro lugar, pero nos encontramos nuevamente en una reunión anual de la iglesia en Bauta, prov. de la Habana. Por aquel tiempo más o menos contrajo nupcias matrimoniales con la agraciada jovencita Isora Sotolongo y comenzaron a tener hijos, formando así un hogar que siempre honró con su fidelidad y amor. Fue asignado a la obra de Ceballos y Morón donde realizó un trabajo muy bueno, como cada otro lugar donde fue enviado por la iglesia.
Pasaron algunos años y fui llamado por el Ap. Daddy John para ingresar en la Escuela Preparatoria en la Playa de Baracoa, Habana, Cuba y Heriberto y yo seguimos teniendo buena relación.
Al pasar del tiempo, ambos fuimos ascendiendo en la iglesia hasta llegar a ser oficiales.
Cuando el Ap.Angel Ma.Hernández en un ascenso especial llamó a Samuel Mendiondo, Jose Rangel y a mí para ser ascendidos al grado de Obispo, formando así la Junta de Obispos, como éramos muy jóvenes, nos bautizaron con el título de Los Tres Muchachos. Luego a la muerte del Apóstol, estos tres muchachos tomamos la dirección de la iglesia provisionalmente hasta que Dios nos mostró que el sucesor sería el Obispo en gran Escala, Arturo Rangel.
A la desaparición del amado Ap. Rangel, y de su hermano Jose Rangel (Pepito) y Heliodoro Castillo que le acompañaban, Samuel Mendiondo y yo, nos vimos en la necesidad de tomar las riendas de la dirección de la iglesia. En ese tiempo Heriberto que estaba fungiendo de administrador en el campamento y Escuela Preparatoria de Discípulos en la Playa Baracoa, se convirtió en una ayuda grande y durante los años que la Oficina Central bajo nuestra dirección estuvo en la Playa Amada, Heriberto fue nuestro hombre de confianza, un verdadero hermano, trabajador y honrado, con quien siempre se podía contar.
A nuestra partida de Cuba, y cuando la oficina Central de la iglesia fue trasladada a Estados Unidos, nos pareció por su hoja de conducta y el testimonio de Dios, que el más indicado para continuar dirigiendo la iglesia en Cuba era nuestro hermano Heriberto y así lo hizo por varios años en compañía de dos hermanos más, realizando una buena labor.
Cuando al cabo de algunos años nos reunimos aquí, fue con gran alegría que pude estrechar su mano y abrazar a mi hermano nuevamente. También en este país donde quiera que la iglesia lo necesitó, Heriberto estuvo presente, siempre dispuesto a cooperar y respaldar la obra de Dios. Los últimos años de su vida, transcurrieron en Dallas, donde el Obispo Hernández continuó trabajando por Cristo y por su iglesia y ayudando a sus hermanos, y según testimonio de muchos, fueron a vivir allí buscando refugio a la sombra del Obispo, que se distinguía por su sonrisa amable y su cariño por sus hermanos.
Un fiel integrante del Concilio de la iglesia, su testimonio fue, como siempre, nítido.
Tratar en breves líneas de describir la obra que realizó tan insigne hermano, es punto menos que imposible, porque no se puede en dos o tres palabras, ni aun en cientos de ellas, darle el sentido exacto de forma que todos lo puedan apreciar, al profundo y genuino amor de Heriberto por la obra de Dios y sus hermanos, su entrega y sacrificio, su rectitud y lealtad, su integridad moral y espiritual, los muchos años de servicio incansable, no procurando su propio beneficio, sino tal como dijo el Apóstol Pablo, “el de muchos para que sean salvos”.
Hoy que tenemos que despedirnos de nuestro fiel hermano, lo hacemos con emociones encontradas, porque aunque es cierto que estamos seguros de su salvación, no es menos cierto que lo vamos a extrañar mucho. No es fácil encontrar hombres del temple de este gran guerrero de Dios, y su ausencia de entre nosotros, deja un espacio que produce un dolor que únicamente se puede soportar, con la seguridad de que un día nos encontraremos frente al trono del gran Rey y allí uniremos nuestras voces en alabanzas eterna al que nos ayudó a vencer y nos salvó.
Ay! mi hermano en el mañana te veremos.
Apóstol Florentino Almeida