
A un humilde trabajador cuando se le preguntó qué medios usaba para seguir caminando en sendas de obediencia. Contestó: “Me llegué hasta el Salvador, me recibió, y nunca le dije “adiós”.
Polibio dice “que aunque el hombre es considerado como el más sabio de todos los seres, a él le parece el más necio. Cuando un animal ha sufrido, se cuida de no volver al lugar donde tuvo el sufrimiento. El zorro no vuelve a la trampa, ni el lobo tampoco. Pero el hombre vuelve a los mismos pecados, y no acepta palabras de advertencia hasta que está completamente arruinado”.
Por eso yo te pido que nunca le digas adiós a la senda de obediencia, a Dios y sus mandamientos. Únete al músico principal y di: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas”. No volvamos de donde salimos; sucios, malolientes, tristes y cabizbajos, llenos de pecado, falsedad y mentira. Digamos como el salmista David: “¡Tus enseñanzas las llevo dentro de mí! Tu ley está en medio de mi corazón, está escrita en mis entrañas”. Por eso no puedo decirte adiós.
Disfruta viviendo en la presencia de Dios, donde hay descanso para tu alma abatida, que haya gozo en cumplir Su palabra. “Alégrense y gócense las gentes” -nos dice el salmista-. “Todos los pueblos te alaben”, y ordena: “Los ríos batan las manos, y los montes todos hagan regocijo”.
Gocémonos en el Señor porque Él es hacedor de maravillas, y nunca tendrás que decir adiós.