En el ya distante 1936, en Jovellanos, ciudad de purpúreas tierras ubicada en el centro de la provincia matancera, Cuba, arribó a la vida el trece de julio Eugenio García León. Fue un hijo amado de Cipriano García y Micaela León, sus progenitores. Con su llegada se completaba la óctuple cifra de hermanos, de los cuales era el más pequeño. Su educación fue elemental, porque desde su temprana edad, se dedicó a labores agrícolas con sus hermanos para sustento de los suyos, cuando su padre enfermó, dejándole a la universidad de la vida con su empírico saber, el desarrollo de las habilidades que como cristiano y misionero desbordó durante las décadas de su servicio en las filas de los Soldados de la Cruz. Mucho de las dolencias físicas que le acompañaron por su marcada escoliosis dorsal, se debieron según contaba, por el esfuerzo que tenía que realizar para llenar las enormes carretas de caña, que le producían fuertes dolores que paliaba ajustándose un cinturón al pecho. Y en esos avatares llegó el evangelio a casa, y con ello en junio de 1949, a la edad de trece años fue bautizado por inmersión en la iglesia donde militó desde entonces hasta el momento de su partida. Y a los 18 años dedica su vida para servir al ideal de tiempo completo. Y creció ante las adversidades, bebiendo de la fe que lo marcó y adentrándose en la historia con bizarría y legado.
Fue uno de los tantos siervos del Señor que atravesaron épocas turbulentas, donde la perseverancia y el horizonte que columbraba le hicieron permanecer al lado del Señor Jesús. Prisiones por el evangelio, apedreamiento junto a otros pilares de simiente santa, hambres, escaseces, lejos de debilitarlo, cimentaron la estructura de un pequeño gigante. Y creció en responsabilidades y alegrías, como el 14 de junio del 1964 cuando unió su vida a la señorita Vilma Guilarte Correa. De esa unión fructificó una familia que les deparó tres hijas y un hijo, a la medida de Celita, Lais, Nolaidis y Gadiel. Y en un periodo complejo de la Iglesia cubana, fue llamado en una dupla para dirigir los destinos de la misma en el año 1971. Y varios detalles sobresalen de esos años de servicio, ya que después de una década se logró el permiso para las Conferencias Nacionales y fue aprobada por las autoridades del país la legalidad del Seminario para pastores, devenido en el presente en la Escuela Internacional de Teología.
Y concluido su periodo en la dirección de la Iglesia cubana, siguió sirviendo con ahínco y tesón a Dios y a sus hermanos. Bayamo, Holguín, La Lisa, Bauta, Santa Clara, Santi Spiritus, Jovellanos, Palomino, son algunos de los lugares donde trazó huellas. Y el espiral de su senda alcanzó la categoría de obispo en junio de 1997, uniéndose al Concilio Superior y sus labores durante un lustro. Era un predicador ungido con temas que han quedado en el recuerdo de quienes le escucharon: “Hay un mendigo a la puerta”,” El fuego comienza por el altar”, “Peso y Medida” y “Cuánto vale tu alma?”, son algunos títulos que entre muchos, alertaron y consolaron a quienes fueron escuchas de su ministración. Era muy frecuente con sonrisas oírle decir con toda convicción: “Que rica es la vida con el Señor”. Ya senil, con períodos de conocimiento y lagunas, hay una anécdota del febrero reciente. Visitaba Cuba el apóstol Mata. Vilma, su esposa y lazarillo hasta el final, no le había comentado algo de aquello, pues su reacción y ansiedad por la visita podía inquietarle. Todo era tranquilidad en su casa, cuando ella lo observó levantarse de su cama. Se dirigió hacia donde estaba ella y le dijo que lo vistiera y perfumara, que el apóstol de la Iglesia venía a visitarlo ese día. Ella entonces le preguntó asombrada que como él lo sabía, a lo que respondió: “ Ves ese joven rubio que está ahí parado, él me lo acaba de decir” . Un mensajero del cielo había alertado al varón insigne.
Y el día 11 de los corrientes, en la ciudad donde nació, pasó a la eternidad dormido en la tarde, recesando 71 años como integrante del cuerpo del Señor en la tierra, con una militancia activa sirviendo a Dios sin descanso hasta su ocaso en el presente. Él fue un paladín del cristianismo moderno, un obispo anciano, un soldado del Rey. Con él se marcha una historia de nobleza y decoro, de alegría y seriedad, de virtudes que superaron limitaciones físicas erguido en la moral de tu historial trasparente al paso por la vida. Su nombre era apenas una mención en lo formal, pues para todos fuiste Meño, o Meñito, mientras tu figura se adentraba en el laberinto de la longevidad. Y en esa involución de la vida, cuando la senectud nos regresa a la niñez, tus rodillas marcaban tu íntima relación con el Creador. Además, y muy importante, quedan como monumento 56 años de vida matrimonial alertando que la fidelidad conyugal no es algo imposible o una quimera.
Ob. Eugenio García León, o sencillamente Meñito, caminamos mirando al invisible oteando la eternidad donde buscamos nuestro denario. No sabemos cuál será tu nuevo nombre allá en la mansión de los redimidos, pero tus hermanos de militancia proseguimos al blanco, al premio de la soberana vocación, sabiendo que fuiste acicate para muchos que por tu ejemplo y palabra, siguen las pisadas del Maestro.Y seguro que en la nueva Jerusalén, que aguarda a los hijos de Dios, tienes tu lugar reservado, pues a la final trompeta te levantarás y ascenderás con un perfecto cuerpo glorificado para recibir al Gran Rey en los aires. Y soñamos más, pues la esperanza en las promesas eternas nos indica que caminaremos juntos otra vez muy cerca del mar de cristal. Hasta entonces Ob. Eugenio García León, nuestro querido Meñito.
Dr. Sergio González