No recuerdo exactamente cuando la vi por primera vez, debió haber sido en la Conferencia Internacional de 1990 cuando asistí a los Estados Unidos. Después, por aquello de ser la suegra de mi hermano Asbel, compartí muchas historias y acciones memorables que guardo en el acervo de mis memorias.
Hace muy poco tiempo, justo el 21 del mes de octubre, nos dejó y partió al descanso en espera de su encuentro con el Salvador, nuestra hermana Leonides Rangel de Mondéjar. Había nacido en Aguada de Pasajeros, en la región central de Cuba el 30 de agosto de 1932, como resultado de la unión matrimonial entre Sabina Sosa y Pablo Rangel. De este tronco común emergió una familia que por décadas honró ese apellido, teniendo entre ellos a Arturo, José, Eugenia, Paula, que llegaron a ser apóstoles, obispos, secretarios Internacionales de su organización, que junto a Roberto y Clara, componían la prole en la que creció y desarrolló sus primeros años.
Escribir sobre ella es iniciar la prosa con un número largo, extenso, mayúsculo, pues setenta y cuatro fueron los años que acumuló en su historial desde que las aguas sellaron un cambio de vida, con el bautismo de inmersión el 30 de agosto de 1945, en aquellos ya distantes días del siglo pasado. Y siendo muy joven, en plena adolescencia, justo a sus diecisiete años, llegó el amor a su vida en la persona del carismático misionero Fermín Mondéjar. Y entre flores y espinas por las condiciones precarias del evangelismo practicante de esas generaciones pasadas, el fruto de la unión creció al ritmo de Rhodes, Suni, Merari, Liccy, Roberto, Milca, Arturo y Orfa, hijos amantes que junto a 19 nietos y 28 bisnietos extrañarán su ausencia.
Fueron siervos del Dios altísimo con traslados múltiples, pues Isla de Pinos, Camagüey, Cascajal, Sancti Spiritus en Cuba, y Unión City y Tampa en los Estados Unidos quedan como legado de su andar pastoral junto a su esposo por esos lares. Su personalidad destacó eficiencia uniendo rectos principios, con suavidad, ternura y comprensión para comportarse con cuantos pudimos compartir tiempo cerca de esta excepcional dama. Ella fue la madre de muchos hijos y nietos que tuvieron la dicha de amarla, de oír sus consejos, contemplar sus virtudes, recibir sus muestras de cariño volcadas al servicio de Dios dándolo todo a cambio de nada material. Echar una mirada en retrospectiva sobre ella, es comprender una renunciación cabal y completa a su vida anterior para servir a su Maestro sin condiciones. Solo 13 años tenía en su exordio, y hasta el presente en su octava década cuando nos deja momentáneamente, se erige por derecho propio como un monumento elevado al decoro y la santidad.
La senectud fluía en su octogenaria vida, y era casi utópico creer que en un frágil cuerpo hubiera acumulada tanta historia. Era muy metódica, sus alimentos siempre los mismos, batidos y preparados por un ángel que tiene como hija, en cuyo hogar pasó sus últimos años. Hasta hace poco tiempo, podíamos observarla reposando en su sillón impecablemente vestida, perfumada, rebosando paz, donde en sus manos indefectiblemente se encontraba una gastada Biblia de la versión 1909. Una y otra vez, el ciclo se repetía del Génesis al Apocalipsis, marcando el tiempo al compás de la Sagrada Palabra. El atardecer del día era extremadamente especial para ella, y desde siempre, hasta sus últimos días, con su carrito para acompañar su fatigada naturaleza, unía el himnario a su Biblia convocando a todos a la devoción en el ocaso del sol, a veces a tiempo, otras, fuera de tiempo. Muchas ocasiones fui llamado a la devocional con el sol radiante, y entre risas gozábamos con su amor en el ocaso del sol adorando al Padre. Era su identidad el apego a su Padre porque su paso por la vida marcó senderos, siendo legado de un ayer palmario por el sacrificio y un cristianismo genuino que nos indicará permanentemente que la vida cristiana no es quimera, porque su prestigio ganado en la militancia de las filas de los Soldados de la Cruz, nos dice a voces que damas con su historial, ornamentarán la bellísima ciudad de Dios. Fue la madre que cuidó y veló por sus polluelos, a quienes llamaba por horarios y en un orden que ella conocía de memoria, pero siempre con la terminación Ita o Ito al compás de Merarita, Arturito, Milkita, Orfita…
Por ello, cuando anunciamos su partida, sólo podríamos decirle: muchas gracias Leony por haber sido parte de nuestra organización, por tu ejemplo, por tu cristianismo, por la herencia de virtudes que dejaste a las generaciones presentes, y las que vendrán; te decimos gracias por honrarnos con tu legado pues quedas como ícono mimético, con tus virtudes fraternales, genuino estilo de vida y misionerismo cabal.
Por ello rogamos al Padre Eterno, que el proemio de esta separación una más a los que despedimos tus exequias, y que al decir hasta luego a nuestra hermana amada, tengamos la seguridad de reencontrarnos un día con la joven que amó mucho a Dios y aún después de anciana, continuó haciéndolo hasta el final. Los que te amaron sufrirán tu ausencia, pero sabiendo que un día entre querubines, a la final trompeta veremos tu figura enaltecida por tu Maestro en la tierra y cantaremos junto al Cordero Emmanuel el cántico de los redimidos. Hasta luego entonces amadísima Leony, ejemplo de hidalguía en sencillez, pues con la seguridad de quien prometió Vida Eterna a sus hijos dignos, te decimos: En el mañana te veremos.
Dr. Sergio González
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