-Por Nelson Baires
Hoy por la mañana, regresando de llevar a mi niño a casa de su niñera, mientras conducía alcancé a ver un par de niños jugando, corriendo, riéndose y gritando en alta voz frases que solo la imaginación de un niño puede ofrendar. Me llamó la atención y me detuve por unos minutos a observarlos, y pude ver que estaban ajenos al mundo que les rodeaba. Uno de ellos gritaba frases de guerra alzando su mano derecha en la cual sostenía un delgado palo de madera, figurando una espada y en su brazo izquierdo un escudo hecho de cartón; alguna caja que ya apartada para ser desechada esperaba su destino sin queja, mas sin embargo sería utilizada ya en sus últimos días, como el protector de uno de los guerreros más valientes de su tiempo, (historia par otro día 🙂
En su mano derecha, aquel Valiente, erguía la espada de madera, larga y majestuosa, estoy seguro que aquel guerrero, soldado fiel a su reino y a su Rey, estaba preparado hasta morir si fuera necesario por lo que había jurado proteger el día que se enlistó para servir a su Rey, a su patria, a su gente. Observé al otro niño, que estaba vestido con lo que parecía ser una camisa 3 o 4 tallas más grandes que él y a su cintura amarrado un lazo, con sandalias ya sucias y gastadas; seguro simulando uno de los que se levantaban en contra del Rey y su reino. Mira lo que son las cosas, me dije en silencio. Niños felices, jugando sin una preocupación en sus vidas, mas que aquella de como continuar con tal alegría sin que esta sea interrumpida por nadie. Debo de confesar que me sentí genuinamente feliz.
Pensé en mi niño, pues ya lleva un par de días enfermo, con fiebres por la noche y el día, malestar que lo priva de sonreír y jugar. Sus dientes están terminando la labor que la naturaleza en su sabiduría les demanda; que se abran paso a través de una encía terca que lucha en contra de ser abierta. La fuerza de los dientes al salir hace que los nervios en la encía se irriten mandando una señal de electricidad al cerebro que se convierte en dolor y entonces trae lágrimas e incomodidad a mi niño. Ese continuo movimiento de lo que ya está estipulado en nuestros genes como un plan perfecto, marca un desarrollo exacto y preciso en cada bebe, en cada niño.
Entonces pensé: Cuando mi niño está triste, yo estoy triste; cuando tiene dolor, yo me duelo; cuando ríe, yo soy feliz. Y alzando mi rostro al cielo di gracias a Dios. Mi hijo acaricia en un toque suave y leve el contorno de la felicidad cuando ríe y es feliz; y palpa en un toque espinoso la tristeza y el dolor, cuando sufre y llora. Y medito aun más y comienzo a pensar que Dios, desde el cielo nos ve y contempla nuestro andar, y cómo algunas veces somos los causantes de su dolor, y de su llanto.
Cuando nosotros estamos enfermos espiritualmente, cuando permitimos que nuestra debilidad tome el control sobre nuestras vidas y nos movemos sobre la arena movediza del pecado, con el peligro aterrador de ser sumergidos en nuestras concupiscencias; Él sufre y llora por nosotros. “Sufre y Llora”… palabras que no deberían de existir en un Ser como mi Dios. Mas, si se alegra y hace fiesta en los cielos cuando un pecador se arrepiente, sin duda le da dolor y tristeza, cuando un justo cae.
¡Padre Eterno! Escucha nuestro clamor y oración, pues te amamos oh Señor y no queremos hacerte sufrir, deseamos ser hijos de honra, que te hagamos feliz y orgulloso de ser llamado nuestro Padre, queremos ser agradecidos por ese inmenso amor que nos das.
Que nuestras vidas sean testimonio vivo de que Tú existes y que existe “Un hijo de Luz” en cada uno de nosotros. (1ra de Tesalonicenses 5:5)
Amén, esa es mi petición también, que yo siempre pueda vivir para la gloria de mi Padre celestial.
Gracias hermano Nelson por este buen escrito que ha compartido con nosotros. Sé que los bebitos sufren mucho en el tiempo de la dentición y los padres sufren con ellos, pero ese es un proceso natural y ya pasará. Después, a morder todo lo que se les ponga delante 🙂
Dios le bendiga