El tiempo

Me considero un hombre dichoso al tener una hermosa familia compuesta por una extraordinaria esposa y dos hijos cariñosos y excepcionales. Ellos componen junto a mí un núcleo fuerte, donde nos esforzamos porque prime el amor y la comprensión. Para estos días los muchachos han crecido y el mayor tiene predominio por cultivar las ciencias haciéndose especialista en física y matemáticas en la universidad, mientras la chica salió a su padre, y estudia también su carrera, pero esta de letras sin fin. De hecho soy su admirador incondicional y he llevado durante años el peso de sus estudios, pues siempre han estado becados, o sea, lejos de casa después que concluyeron su noveno grado, y poco a poco han ido logrando sus sueños profesionales. A esto puedo añadir que son cristianos practicantes, devotos e instruidos en la sana doctrina, lo que a su madre y a mí nos hace sentir más dichosos aun.

En días recientes mi hijo varón dirigió un programa en mi Iglesia un domingo con corte evangelístico, donde leyó una historia interesante y para pensar. Acabado el mismo, lo felicité por la brillante ejecutoria del servicio religioso y le pedí que me ofreciera el artículo para compartirlo con Uds. amables lectores, pensando en el hecho que pudiera ser motivo de reflexión por parte de alguno.

Recuerdo que comenzó su lectura con su voz varonil y su porte elegante, con su elevada estatura de 1 metro 86 centímetros y mientras le escuchaba pensaba que en un ayer cercano todavía lo arrullaba entre mis brazos, pero el tiempo pasa y casi sin darnos cuenta avanzamos por la vida que pasa volátil y etérea. Lo que él regaló a la iglesia esa noche de alabanzas sentidas decía más o menos así:

Imaginate que existe un banco, que cada mañana abona a tu cuenta la cantidad de $ 86 400.00 dólares. Ese extraño banco no arrastra, al mismo tiempo tu saldo de un día para otro: cada 24 horas borra de tu cuenta el saldo que no has gastado. ¿Qué harías? Imagino que retirar todos los días la cantidad que no has gastado, ¿no?

Pues cada uno de nosotros tenemos ese banco…su nombre es tiempo. Cada mañana, ese banco abona a tu cuenta personal 86 400 segundos de vida.

Pasadas las 24 horas, ese banco borra de tu cuenta y da como pérdida cualquier cantidad de ese saldo que no hayas invertido en algo provechoso. No arrastra números de un día a otro, ni permite sobregiros. Cada día te abre una cuenta nueva y a la vuelta completa de las manecillas del reloj elimina los saldos del día anterior. Si no usas tu saldo durante el día, tú eres el que pierdes. No puedes dar marcha atrás. No existen cargos a cuenta del ingreso de mañana: debes vivir el presente con el saldo de hoy.

Por tanto, un buen consejo es que debes invertir tu tiempo de tal manera, que consigas lo mejor en salud, felicidad y éxito. El reloj sigue su marcha…consigue lo máximo del día.

Y continuaba su ilustración sabia diciendo:

  1. Para entender el valor de un año… pregúntenle a un estudiante que repitió el curso.
  2. Para deducir el valor de un mes… háganlo con una madre que alumbró prematuramente y perdió la criatura.
  3. Para concebir el valor de una semana… investiguen con el editor de un semanario.
  4. Para juzgar el valor de una hora… inquieran en los amantes que esperan por encontrarse.
  5. Para encontrar el valor de un minuto… háganlo con el viajero que perdió el tren viendo el último coche ganando velocidad y perdiéndose en la distancia mientras él quedaba en el andén solitario.
  6. Para teorizar un segundo… pregunte a la persona que pudo perecer en un accidente y en ese último espacio tuvo el acertijo de timonear correctamente.
  7. Para opinar sobre una milésima de segundo… entreviste al atleta que ganó la plata de unos juegos olímpicos.

Y terminaba diciendo: atesora cada momento que vivas; y ese tesoro tendrá mucho más valor si lo compartes con alguien especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo… y recuerda que el tiempo no espera por nadie.

Concluyó su lectura oyéndose el amén cerrado de la hermandad presente, que aquella noche regresó a casa meditando en el regalo de Dios que tenemos y que sin apreciarlo lo malgastamos o malempleamos. Al Dador de la vida, al Dador del tiempo, al Rey de las edades dedícale el tuyo, mientras transitas por este sendero que solamente pasarás una vez. Por ello, valora cada segundo dignificando a tu Creador, siendo sal y luz en este recinto llamado tierra donde en el reloj de arena, ella junto al tiempo corre sin cesar y sin retorno…

Dr. Sergio de la C. González