Constacio C. Vigil dijo: “La dulzura no es incompatible con la fortaleza, ni con la rectitud. Jamás debemos despreciar a nadie; el desprecio siempre es una injuria. No hay hombre tan inútil, ni tan ruin, que no merezca por lo menos piedad. De cualquier nación o condición que sea, es nuestro hermano. La dulzura en el trato es una prueba de superioridad. Habrá quien considere que la bondad es hipocresía; mas el buen cristiano no debe guiarse por los juicios malignos y ha de mostrar su alma en toda su grandeza”.
Esparce ternura a quien tú crees que lo merece, pero también debes extenderla hasta aquellos que tú piensas que no se lo merecen, porque todos somos hijos de un mismo Padre lleno de ternura, que hace que su sol salga sobre buenos y malos, y Él nos dice en su palabra: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen y haced bien a los que os ultrajan y os persiguen.”
¡Qué enseñanzas nos ha dejado el Señor! Él quiere que seamos amorosos, comencemos a propagar ternura, primeramente a los nuestros, los que están a nuestro lado, los que nos acompañan y nos apoyan en los tiempos buenos y en los malos. Ellos más que nadie merecen nuestro cariño y nuestro amor. Sigamos regando afecto a todos, tratando de extenderlo cada vez más. Que se convierta en algo tan natural en nosotros, que no sepamos vivir de otra manera. Que nos envuelva el cariño de tal forma que no demos entrada a las formas feas al tratar a nuestros semejantes. Que todos puedan encontrar en nosotros lo que buscan, respeto, ternura, amabilidad y buen trato, es cierto que no podemos quitar la amargura y tristeza que la vida nos trae, pero sí podemos con nuestro trato suave, llenar los corazones de ternura, y lograremos que hayan labios reflejando sonrisas, corazones crédulos que glorifiquen a Dios, porque nosotros estamos haciendo la diferencia en un mundo hostil, frío y duro, y le diremos a todos que con Jesús si podemos esparcir ternura.