“No hay día tan triste nunca, ni noche obscura aquí, do el alma que en Cristo fía, no sienta el gozo en sí”.
Ha pasado ya un mes, y les confieso que como madre, no me creía capaz de soportar el ver a alguno de mis hijos en un féretro, y mucho menos acompañarlo hasta su última morada aquí, para decirle: “Ay! mi hijo amado, en el mañana te veré”. Pero después de esta dura experiencia, no dejo de decir con el apóstol San Pablo: “Bendito sea el Dios del Señor Jesucristo, el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación” porque Él, llenó mi alma de paz y serenidad, convenciéndome de que el alma que en Cristo confía, puede sentir tranquilidad en la peor circunstancia.
Además, la hermandad de la iglesia volcóse a nuestra familia con demostraciones de tanto amor y ternura en llamadas telefónicas, cartas, bellas tarjetas de condolencias, ofrendas y visitas, uniéndose a nosotros para consolarnos y lo han logrado. No debo olvidar a nuestros hijos y nietos, que vinieron a traernos y a prepararnos comidas y acompañarnos para que no nos sintiéramos solos, y lo hicieron con mucho amor. Nuestro agradecimiento para todos, de corazón.
Nuestro amado hijo Othoniel, fue un niño alegre y travieso, pero muy noble e inocente. Al nacer escogimos su nombre cuyo significado es: “Dios es poderoso” y se me ocurre que en las terribles batallas que tuvo que enfrentar en la vida, venció confiando en ese Dios poderoso.
Cuando eran pequeños, mis hijos tenían por costumbre ese día especial de las madres, ponerse en fila de mayor a menor y llegar a donde yo estaba con sus sencillos regalitos en las manos, cantando “Madrecita del alma querida” y aquel día en particular, cuyo recuerdo guardo como fina joya en mi memoria, Ottico, que contaría unos cinco o seis años de edad, recitó una poesía que se había aprendido en la escuela para dedicarmela y dice así:
“Madre,madre, tú me besas, pero yo te beso más.
Como el agua en los cristales, caen mis besos a tu faz.
Te he besado tanto, tanto, que de mí cubierta estás
y el enjambre de mis besos, no te deja ni mirar.
Cuando la abeja entra al lirio, no se oye su aletear,
Cuando tú al hijito escondes, no se le oye respirar.
Los ojitos que me diste, yo los tengo que guardar
En seguirte por los valles, por el cielo y por el mar.”
No sé si serían sus ojos grandes y expresivos, o la vocecita tierna con que recitó aquellos versos, pero lo cierto es que se me llenaron los ojos de lágrimas y emocionada lo abracé con fuerza y nunca he podido olvidar este regalo especial que recibí de éste mi tercer hijo.
Se agolpan los recuerdos y las alegrías que recibí por medio de la vida de Otto, y estoy segura que en su última batalla, ganó, como me dijo el Señor: “ No es una pérdida, sino una ganancia” y estoy cierta y segura, que el cielo, me reuniré con él.
Mirtha Almeida
Querida Mirtha, nuestras oraciones han sido y son para que siempre sientan ese consuelo divino que solo nuestro padre puede darnos estos momentos duros de nuestra vida que tal pareciera que no podremos pasar, pero ahí esta El dandonos ese consuelo del que usted nos trasmite en su linda remembranza, y contando esta hermosa historia y recuerdo que Dios le a permitido gozarla y llevarla en su memoria, esos recuerdos a una madre no se le olvidan jamas. gracias por compartir con nosotros esta remembranza tan profunda Dios la siga bendiciendo a usted y a su querido esposo que tanto les amamos.